Cándido es del barrio de la Alameda, de la calle Peral, concretamente, pero después ha vivido en Triana, El Tardón y Nervión.

Recuerda una niñez de miseria y hambre, tanta que por Reyes pidió un bocadillo de jamón. En una de las riadas de la Alameda, Cándido recuerda que repartían comida en barcas y el párroco de la iglesia Omniun Santorum prohibió el reparto a una casa en la que vivían prostitutas con sus familias “y salían las pobres criaturas con el agua hasta el cuello para buscar comida para sus hijos”. Pero también recuerda alegría y a las mujeres cantando en el patio de vecinos.

Con dieciséis o diecisiete años escuchaba mucha música, sobre todo en los picús que se hacían en las azoteas de las casas. Se corría la voz “Picú en tal sitio…y tenías tu que tener amistad con el que hacía el picú para que te dejara entrar”.

Como era aplicado pudo continuar sus estudios a base de becas y encontró un buen trabajo de visitador médico en una empresa alemana en la que siempre se le ha tratado bien y con la que ha podido prosperar y viajar. Le alegra recordar el viaje que hizo a Egipto con la empresa y el tiempo que pasó en Barcelona haciendo un curso de formación.

En la mili también tuvo suerte porque se colocó de conductor, fue corta y relativamente cómoda pues no tuvo que dejar su trabajo. Recuerda que en la mili estaba muy de moda Raphael.

Cándido se casó con Mercedes, el amor de su vida, con la que tuvo tres hijos, María, Alejandro y Mercedes. Al principio de su relación fueron un día al Turín, una sala de baile de la calle Asunción, pero al poco, Mercedes le dijo que a ella no le gustaba bailar, y se acabó el baile. Desde entonces Cándido nada más que bailaba en la feria, con su cuñada. A Cándido le gusta mucho cantar sevillanas –reconoce que han sido siempre su fuerte- pero también se atreve con fandangos, boleros, pasodobles…

La música le gusta “horrores” y le lleva a recordar. Se sabe muchas canciones y con todas viaja en el tiempo.